El sol de Illinois

El sol de Illinois

viernes, 29 de febrero de 2008

El genio "instintivo" de Bardem

Domingo 24 de Febrero de 2008: Javier Bardem gana el Oscar al mejor actor secundario por su papel en No country for old man, película que no he visto, vaya esto por delante antes de decir nada más, pero que, por supuesto, veré (de los hermanos Coen sólo creo haber visto, que recuerde ahora mismo, Muerte entre las flores, que me gustó, y Fargo, que me gustó muchísimo)

De los Oscars me entero prácticamente de casualidad. No vivo en el mundo últimamente (como ya os he dicho, ni TV tengo), y aquí en los periódicos locales no se hizo ni una breve mención al tema. Total, que la lista completa de oscarizados no la vi hasta ayer, o sea, hasta el jueves (este año sentí una ilusión especial cuando me enteré de que el exclente actor Daniel Day-Lewis ganó la estatuilla a la mejor interpretación masculina. Lo cual por cierto me recuerda que el domingo de marras, mientras desenrollan la tan traída y llevada alfombra roja y las estrellas empolvan sus quirúrgicamente perfeccionadas naricillas, o se aplican las últimas inyecciones de bótox, yo estoy navegando por vaya usted a saber qué mares... ahora en Corfú, luego en Noruega, más tarde en el Caribe... "metafóricamente" hablando, claro)

Aunque no he visto la peli antes mencionada, no me hace falta verla para saber desde hace tiempo que Bardem es un un actor único en su especie. Un fuera de serie. Lo primero que destaca en él y llama poderosamente la atención es el físico (incluida la voz). Y no me refiero a que sea un hombre atractivo si no a algo que va mucho más allá de eso. Me refiero a una especie de fuerza casi animal que emana de su interior, que traspasa y toca un físico ya de por si feroz, y que termina llenando la pantalla. Sin ser, ni falta que le hace, un hombre guapo al uso, porque los bárbaros, que se sepa y por fortuna, nunca han sido guapos. Suerte para él, porque su físico peculiar le ha permitido convertirse en el “actor de carácter” que hoy es, con papeles muy variados y duros, interesantes, oscuros, intensos. La fuerza interpretativa de Bardem “parece” una fuerza instintiva, una fuerza de apariencia tan básica y consecuencias tan impactantes, que semeja un elemento de la naturaleza... un tornado, una tormenta eléctrica, un coyote rastreando a su presa. Tiene la misma naturalidad, la misma belleza aparentemente inconsciente de sí misma, la misma elegancia salvaje y el mismo instinto delante de la cámara, aunque su instinto, a diferencia del tornado o el coyote, sí sea consciente y conocedor (y no lo parece, ahí radica su genialidad)

En suma, Bardem es materia prima en movimiento. Los resortes que utiliza para dirigir esa materia prima, los desconocemos, y están tan bien ocultos que parece que todo formase parte de su propia naturaleza obedeciendo sus propias leyes ciegamente: pura física, mas que trabajo exhaustivo, conscientemente elaborado y pulido. Pero mucho más que ciego instinto -que algo de eso es- tiene que haber, porque ha dominado tan a la perfección su “fuerza bruta” delante de la pantalla con una inteligencia tan extraordinaria, que ha conquistado todo tipo de papeles, algunos incluso opuestos a su físico y características.

La genialidad, o el talento en general, para no ser tan exagerada, se confunde muchas veces con el instinto porque los talentos saben esconder el duro y muchas veces penoso trabajo que hay detrás de una obra bien conseguida. En España se tiende a denostar el trabajo porque se piensa, aunque no se admita, que en el fondo es un demérito conseguir algo a base de esfuerzo. Se tiene la idea de que los realmente “buenos” logran las cosas de forma sencilla. Pero eso, a parte de un error grave de juicio de consecuencias negativas, es una percepción superflua y engañosa debida a que los buenos resultados parecen, de cierta manera, en cierta forma, sencillos (dejando la técnica a parte); parecen inspiración conseguida en un momento mágico, en un rapto de los dioses o de las musas, y nada más. El trabajo que hay detrás apenas se ve, si uno no se pone a medir lo difícil que es hacer algo, y hacerlo bien.

Por supuesto que el proceso creativo, del tipo que sea, es complejo y hay “raptos de inspiración”, momentos intensos en los que “todo fluye” y que también, según la psicología, parecen corresponderse con estados mentales de concentración máxima que todo el mundo ha podido experimentar alguna vez, propios de distintos momentos creativos o emocionales de muy diversa especie, como cuando se consigue resolver un problema matemático, o como cuando un atleta logra una marca especialmente buena, o un futbolista está haciendo un movimiento tan perfecto que “sabe” que va a meter el gol justo instantes antes de meterlo. En esos momentos parece que “todo va”, todo encaja, parece que los pensamientos o, en su caso, los movimientos, surgen de forma natural, armoniosa y perfecta, por “puro instinto”, casi ajenos a uno mismo, aunque se trate de un problema o creación totalmente abstractos. Pero, como se dice, “hay que procurar que las musas te pillen trabajando”. Además, el problema matemático se resuelve a veces después de horas de intenso y duro trabajo (y estudio) en el que no siempre las cosas parecen “fluir”, todo lo contrario. El atleta consigue la marca después de años de duro esfuerzo. El artista tiene que conocer las técnicas y resortes de su oficio, pero mucho más que eso, haber hecho a veces muchos borradores, bocetos, proyectos o intentos baldíos, aunque otras veces la inspiración “fluya” gratamente. Los momentos de inspiración máxima, de gratificación plena, son momentos puntuales, y siempre después de haber aplicado un cierto esfuerzo e intensidad dirigida con voluntad firme y constante al tema en cuestión. Y no hace falta ir al artista, al creador o al que nace con un don, si no que cada uno en nuestra propia vida cotidiana creo que podríamos aplicar todo esto a nuestro trabajo, ocupaciones y, siendo más elásticos, a casi todo en general. Los momentos verdaderamente “mágicos” o “cumbre” no abundan todos los días en la vida de uno, y hay que conseguirlos pagando a veces un alto precio. Y esto vale para casi cualquier cosa.

En suma, talento, sí, claro, pero con trabajo y esfuerzo: no hay otro camino. El talento sin trabajo, sin intento, sin error, sin intención, sin esfuerzo, sin concentración, sin objetivos y sin pasión, apenas sirve de nada. Otra cosa que se nos quiera vender, producto de la sociedad a veces inmadura en la que vivimos, es un cuento, una impostura.


Siguiendo con el talento, pero volviendo al tema actoral; en España casi siempre ha habido muy buenos actores. Y me diréis que me pongo las chanclas y los rulos en medio del glamour hollywoodiense, pero me da igual, si recuerdo aquí a talentos (digo bien, y no rectifico ni un poco) como José Luis López Vázquez, Alfredo Landa (apodado “animal cinematográfico” por uno de los mejores directores de cine de este país), o qué sé yo, tantos otros, desde José Bódalo o Agustín González hasta Luis Varela, aunque a veces hayan sido injustamente encasillados algunos, pasando por el genial en tantas cosas Fernando Fernán-Gómez, o Francisco Rabal o el más actual y estupendísimo (y no bien explotado) Carmelo Gómez. No hay que hablar de las españolas que me ponen los pelos de punta como Carmen Maura, Victoria Abril, la españolísima y guapísima a más no poder Charo López (la Ava Gardner española) o hasta Verónica Forqué, sin olvidarnos de Terele Pávez, Chus Lampreave, Marisa Paredes, Lola Gaos... Muchas y muchos, no pretendo ser exhaustiva, porque no podría serlo aquí. Yo creo que España ha sido, y será, un país de “cómicos”, como se decía antes.


Aunque he de admitir, no sin cierta decepción, que me parece, por sus intervenciones públicas, que Bardem está empezando a creerse el Marlon Brando español. Que, aunque lo sea, qué bonito es que alguien sea inconsciente de su hermosura y atractivo, mental, físico o espiritual, o parezca serlo, y no se comporte como si fuera un divo o un “infante terrible”, o como si fuera irresistible (no soporto a la gente que se cree o se comporta como si fuera irresistible, sean hombres o mujeres. Parafraseando a Oscar Wilde, con su típico y ácido sentido del humor, “no soporto a las mujeres que se creen geniales, ni a los hombres que se creen irresistibles”. Pues eso) Aunque creo que es lo suficientemente bueno e inteligente como para que su trabajo no se resienta por ello, como le ha pasado un poco a Antonio Banderas. En fin, un país con excelentes actores, como decía antes, aunque casi nunca se lo hayamos sabido reconocer de verdad a los pobres, tan obnubilados estamos con los americanos y los ingleses; que lo merecen, por supuesto, pero aquí hemos tenido también muchos talentos que no son en absoluto, aunque algunos los quieran poner a ese nivel, de rulos y zapatillas de estar por casa. Y seguimos teniendo algunos, aunque en los últimos tiempos estemos padeciendo pequeñas sombras.

Y en medio de todos ellos, ahora y mañana, está Bardem, bello como un animal inteligente y peligroso. Intensísimo.


4 comentarios:

Bosco dijo...

¿Es Bardem un hombre con mayúsculas?
enjoy marquesa, pues la primavera está llegando. Se termina el tiempo de aislamiento.
Enjoy!

Unknown dijo...

OLÉ POR EL MACHO IBÉRICO. OLÉ, OLÉ. YA LLEGA LA PRIMAVERA, RoSe. UN ABRAZO.

Marquesa Azul dijo...

No se si Bardem es un Hombre con mayusculas, Javi, no le conozco lo suficiente. Puede parecerlo, pero eso es enganioso. La arrogancia suele ser un sintoma de no ser un Hombre con mayusculas.

Hola, Susi, hola Javi, hola a todos. Mucha alegria saber que seguis existiendo al otro lado del oceano.

Mi tiempo de aislamiento y la primavera parecen querer resistirse.

Unknown dijo...

Tienes que ver la peli, y en versión original para que le oigas con su voz, en español le han doblado. Está muy bien, la peli y él.
Un beso, Rosa