El sol de Illinois

El sol de Illinois

domingo, 10 de febrero de 2008

Lo prometido es deuda

Lo siento mucho, chicos… otro fin de semana sin tiempo ni oportunidad para actualizar mi blog como es debido (con fotos, entre otras cosas, que se que rut las está deseando). Pero como lo prometido es deuda, y a varios miembros de mi familia les prometí que añadiría una entrada cada fin de semana para que supieran que sigo viva, que no me ha descuartizado ningún Ted Bundy, ningún Nigth Stalker ni ningún huracán durante este solitario, yankee y muy frio mes de Febrero (debido a mi auto impuesto aislamiento con respecto a la madre patria), pues aquí va un pequeño adelanto que sirve de saludo a mis amigos españoles y a la familia.

Os cuento lo que hice anoche

Ayer sábado por la tarde/noche, Andreas (Andreas Cangellaris, mi advisor aquí, vamos, mi jefe más o menos) me invitó amablemente a cenar en su casa con su familia. Yo pensé que se trataba de una cena simplemente con su mujer -una muy rolliza, bastante atractiva y extraordinariamente simpática americana que vive sonriendo, de voz dulce y carácter nervioso y abierto, que me conquistó desde el primer momento en que la vi, el día siguiente al de mi llegada- e hijos -dos granujientas adolescentes con aspecto muy americano, ligero sobrepeso incluido, pero de apariencia inteligente a pesar de lo convencional, a las que ya conocía, y un chavalote de unos trece o catorce años que está a medio camino entre el querubín infantil todo rubio y todo griego que ha sido hasta hace poco, de los griegos clásicos (a los antiguos me refiero, no a los típicos; o al menos así se nos representan, rubiales y de piel sonrosada y blanquita como la de un lechón, como lo es el griego Andreas, su padre), a medio camino entre el rosáceo querubín, decía, y el hombre posiblemente guapo, correcto, educado (se le ve, lo cual se agradece porque la edad que tiene es terrible), igualmente convencional que sus hermanas e igualmente de mirada inteligente, sanote joven universitario americano que llegará a ser, si algo no lo remedia-. Gente agradable, en general, sobre todo la esposa, Helen, y el propio Andreas, claro, que, ya lo digo de paso, se está portando conmigo fenomenalmente bien y está haciendo todo lo posible porque me sienta cómoda aquí.

El hecho es que, a pesar del gesto tan amable de invitarme, no me apetecía nada ir, entre otras cosas porque ayer concretamente, muy concretamente, no era mi día, por cuestiones personales y puntuales que no vienen al caso.
Pero de nuevo no pude decir no (ya contaré cual fue la anterior invitación Callegariense que no pude rechazar, justo al día siguiente de mi llegada a Urbana-Champaign); no pude declinar amablemente la oferta y retroceder marcha atrás dando las gracias, gracias, gracias, pero no, porque ya le había dicho que no tenía planes para este fin de semana y porque me hubiera parecido una descortesía monumental. Y si llego a saber todo lo que prepararon, más aun.
Así que me arreglé a toda prisa (qué tiempos aquellos, hace apenas tres semanas, en los que una de vez en cuando se arreglaba o se medio apañaba, al menos, en media hora, deprisa y corriendo, con un ojo puesto en el reloj con la pretensión de ir a algún lugar mas allá de la mesa de trabajo o el supermercado), me maquillé, me perfumé, saqué del armario un par de cosas bonitas de entre las muy, muy pocas que traje para “ocasiones especiales”, todo lo cual me puso de muy buen humor porque no hay nada como sentirse mujer para ponerse de buen humor, recuperé mi mejor sonrisa, que la había perdido ese mismo día en algún rincón por ahí debido a vaya usted a saber qué tonterías… (aunque toda la semana anterior la había tenido puesta y radiante en mi solitaria concentración), cambié las botas de oso polar por las botas que traje de España (no tengo otro calzado mejor aquí, pero volver a oír sonar los escasos tacones que tienen esos botines me ayudó a ponerme de mejor humor todavía), incluso en un alarde de locura transitoria me atreví a cambiar el grueso abrigo y ponerme uno de entretiempo, el único bonito que me he traído (total, voy de casa al coche y del coche a casa, pensé, y pensé bien, porque además estoy volviéndome inmune al frio infra-humano) y me dispuse a esperar a Andreas en mi apartamento a las 5.45 de la tarde y a poner cara de persona agradable durante las próximas horas en una cena que intuía que en otras circunstancias hubiera sido deseada y deseable, pero que ayer, y una vez medio recuperada la sonrisa, por culpa sobre todo al cansancio, que ese no se habia ido, me iba a aburrir un poco, aunque, todo sea dicho, Andreas es un persona bastante interesante, aparte de, obviamente, un hombre brillante. Es muy interesante charlar con él, aunque hasta ahora apenas habiamos hablado, excepto de trabajo.

Pero la cena fue divertidísima, muy, muy agradable y muchísimo mas interesante de lo que hubiera podido imaginar nunca. El matrimonio Cangellaris, frisando la cincuentena, tuvo el detallazo de invitar a otros dos matrimonios de edades y posición similares (respecto a ellos, ambos son profesores titulares en la Universidad, como mi jefe, aunque creo que ninguno es Full Professor, o sea, catedrático, y ninguno de los dos trabaja en nuestra área, uno hace aviones y otro es del área de control), que resultaron ser absolutamente encantadores. Pero encantadores de verdad. Petros y su mujer Maria son griegos, como Andreas, mi jefe. Mark es americano y Lila, su esposa, es mejicana.


Petros es un hombre muy, muy masculino, extraordinariamente atractivo (este sí, típico griego… que no clásico: pero lo que quiera que sea, lo es hasta la medula), muy moreno, de facciones marcadas, etc. Y acostumbrado a piropear sutilmente y a ser cortés/galante con las mujeres, lo cual siempre se agradece, aunque sean cumplidos. O sea, del tipo bruto-seductor-educado o educado-bruto-seductor. Su aspecto simiesco no deja adivinar que es ingeniero (si es que ambas cosas tienen algo que ver, porque ni se ha probado que la inteligencia vaya de la mano con la carrera de ingeniero, ni se ha probado tampoco que los simios sean, además de brutos, tontos, que ya quisieran muchos). Su mujer… bueno, su mujer me pareció una persona extraordinaria. Ambas mujeres eran extraordinarias, una griega, la otra mejicana, como ya he dicho, aunque su español estaba siendo echado a perder por los veinte años que lleva aquí casada con un americano, el otro profesor, Mark, al que se le ve muy buena persona. Bueno, digo que las mujeres son extraordinarias y me encantaría volver a verles a todos, pero especialmente a ellas, porque ambas me fascinaron por completo, mucho más de lo que me fascinó Helen, la mujer de Andreas en su momento. Muy femeninas, muy inteligentes, muy divertidas, con una sensualidad muy particular, muy despiertas, muy atractivas (atractivas como mujeres y atractivas para mí, es decir, con un atractivo que trasciende lo sexual y lo sensual) y de conversación ágil. Si no fuera por el atractivo poderosamente masculino que emanaba el griego que tenía a mi lado, y por la simpatía y la franqueza del rostro caballuno del yankee (el único yankee a la mesa junto a Helen) y, claro está, por la brillantez de mi jefe, diría que las mujeres me tenían más fascinada que los hombres. Bueno, por supuesto que me tenían más fascinada que los hombres, aunque todos eran muy divertidos, amables e interesantes. Las mujeres no hacían más que reírse y hacer chistes verdes y alusiones picantes de las cuales yo solo comprendía la mitad. Yo también me reí muchísimo. Me sentía encantada y muy cómoda, muy a gusto. Conociendo a este tipo de mujeres yo me pregunto que verán los hombres en la insípidas veinteañeras…
En fin, la cena fue estupenda. La comida, riquísima, la conversación, que fue desde la política americana hasta los giros idiomáticos y las confusiones a las que pueden dar lugar, pasando por todo tipo de chistes, bromas, alusiones, etc., y achispada un poco con el vino que bebimos fue divertida, ágil, interesante y cercana. Había un ambiente de comunión entre ellos, del cual por un momento me hicieron sentir partícipe, que me resultó muy acogedor y muy bonito. Me recordó a una cena de amigos o de parejas informal en España, había mucha espontaneidad y muy buen rollo. La casa, preciosa y enorme, duro contraste con el espartano, pequeño y casi vacío apartamento en el que habito, aunque no lo cambio porque le he cogido cariño (que mentirosa soy, anda que si pudiera cambiarlo por la peazo casa del Andreas…!!!!), los cuatro coches, a cual más bonito (ya echaba de menos montar en coche, también… El día siguiente a mi llegada monte dos veces, y al día siguiente, tres, pero ya no he vuelto a montar. Salvo en el bus, claro. Y es curioso porque, aunque todavía no sueño con ello, conducir es una de las cosas que más echo de menos… Matías, ay, mi Matías!)


Nota: muy interesante ver a Andreas con los ojos chispeantes por el alcohol, más interesante aún enterarme de alguna de sus aventuras juveniles con mujeres –ya intuía yo que, aunque en declive ya, y aunque no especialmente atractivo, tiene todavía pose de seductor. Ha tenido que ser un pieza, el Cangellaris-, y que sus primeros sueldos de ingeniero, mientras hacía el doctorado, se los fundía en partidas de póker… increíble… uno de los tíos de más prestigio en el área del electromagnetismo ahora mismo, eh?, es que hay que ver lo que para mi significaba el nombre de “Andreas Cangellaris” antes de venir aquí, no me lo imagino apostando al póker su sueldo de un mes cuando era joven… Me sentí una privilegiada ayer al haber podido entrar un poquito en su vida, en su intimidad, que me abrió tan generosamente, porque me mostró su lado social más íntimo y más amable, con su casa, familia y amigos, sus chistes y su buen vino. Una noche que no olvidaré.

1 comentario:

rut dijo...

:))
me alegro un montón.