El sol de Illinois

El sol de Illinois

miércoles, 26 de marzo de 2008

Segundo impacto: síndrome Neville




Portada del libro "I am legend" que compré a mi llegada aquí. En este libro está basada la película homónima que ha estado en cartelera en nuestros cines hace pocos meses

Robert Neville es el protagonista del libro de ciencia ficción-terror "I am legend" (Soy leyenda), escrito por Richard Matheson en 1954. Como había visto la peli poco antes de venirme, cuando vi el libro en el Illini Bookstore a los dos días de llegar aquí, y a muy bajo precio en edición de bolsillo, lo compré inmediatamente entre varios otros, pensando que sería una buena forma de entretenerme durante las primeras noches en mi casa (no podía hacer otra cosa a parte de leer, prácticamente) y una buena manera de aprender vocabulario con un libro ameno y de fácil lectura, como así fue. Pero cuando empecé a leer el libro, salvando las tremendas distancias, claro, no pude dejar de advertir el cierto curioso paralelismo que existía entre la vida del protagonista, condenado a encerrarse en su casa durante la noche por estar rodeado de “vampiros” (el el libro los llaman así sin complejos, aunque en la peli no los nombran directamente), y llevando una vida totalmente solitaria de día. Por eso diré que durante mi primera semana de estar aquí, o durante casi las dos primeras semanas, desarrollé lo que voy a llamar “síndrome Neville”, aunque él tenía sus propios inmejorables motivos para recluirse en su casa de noche y pasar miedo, y yo no tanto. El síndrome desapareció poco a poco y desde hace más de un mes que puedo decir que la fobia a la noche y a la soledad y a los asesinos de Urbana ha desaparecido por completo, y ahora me muevo de noche como pez en el agua por los lugares conocidos (conocidos, eso sí), y puedo llegar a casa de la Universidad a las tantas de la mañana, o salir de mi apartamento una vez ha oscurecido sin mucho problema. Estoy inmunizada contra todo ya.


Pero los primeros días fueron muy diferentes. Todo mi ánimo se concentraba en llegar a mi casa lo antes posible, antes de la puesta de sol a ser posible (lo cual era muy difícil, pero lo intentaba), como si estuviera perseguida literalmente por criaturas de la noche, encerrarme en ella a cal y canto sin atreverme a poner un pie fuera así llegara el Apocalipsis, y empezar a temblar en mi fácilmente asaltable apartamento durante toda la noche esperando a que llegase la mañana siguiente, como quien espera que pase una pesadilla. Y al día siguiente, volver a una ciudad vacía de gente, compartiendo con ellos, los invisibles, mi tremenda soledad. Comprendía demasiado bien a Neville mientras leía el libro, aunque salvando las distancias, insisto, claro.



La puerta de mi apartamento me transmite la misma confianza que un trozo de corcho


Esta pequeña neurosis, que os exagero un poquito para darle más vidilla al asunto, se debe básicamente a tres circunstancias: primero, el desonocimiento y lo mitificada que tengo la peligrosidad de los States, junto con mi consciencia permanente de que los asesinos en serie existen, aunque haya más probabilidades de ser muerta por un rayo que tropezarme con uno de ellos (aunque esta semana he leído precisamente que se calcula que el 80% de asesinos seriales se concentra en los Estados Unidos, y que se estima que puede haber más de 50 en activo ahora mismo). Segundo, la absoluta, radical, increíble, inconcebible para mí, soledad de las calles de estas ciudades, y en concreto de esta en la que vivo, que fue lo que primero y más radicalmente me impactó cuando llegué aquí, ya desde el autobús y desde el taxi. A cualquier hora del día y, especialmente, por la noche, claro, todo, casi cualquier parte de la ciudad está totalmente vacía. Aquí la gente no camina, esa es una realidad como un templo, todo el mundo va de su casa al coche y del coche a donde tenga que ir. Sólo en el centro del campus, donde trabajo, los estudiantes lo llenan con su presencia, al menos en las calles principales que rodean al Illini Union (aunque me han dicho que a partir de Mayo que terminan las clases, el campus se queda desierto como todo lo demás. Ya lo he comprobado esta Semana Santa) En el resto de la ciudad, incluida la zona en la que vivo, nada, cero, no hay nadie ¿Vuelan? ¿Se esconden de mí? ¿Cómo lo hacen, cómo lo logran? Lo ignoro, pero es un hecho que no hay nadie. Y, tercero y último, la otra circunstancia que me hizo también ponerme alerta o alimentar mis propias aprensiones fueron las advertencias de seguridad que desde que llegué aquí vengo recibiendo desde la prensa local, desde las páginas de información general que me han ido dando en distintos sitios (la gerencia del vecindario, el consulado...), y desde los mensajes de mis propios compañeros y de la gente con la que hablo. “Esta es una ciudad segura, pero... no camines sola por la calle, ¡¡¡por supuesto!!!, y de noche ya ni hablemos, no se te ocurra salir de noche a solas, no lleves los cascos puestos cuando vayas por la calle, cierra cuidadosamente puertas y ventanas, ve atenta a cualquier movimiento sospechoso, hay zonas de la ciudad por las que no puedes transitar bajo ninguna circunstancia (literal, me lo han dicho varias personas... he visto esas zonas desde el coche... son tétricas. Aquí, aún siendo una ciudad tan pequeña y aparentemente tan próspera, también existe la marginación y la gente no pisa esas zonas ni loca), estate atenta a los puestos de emergencia, repartidos por toda la ciudad, sobre todo en las paradas de los autobuses, para llamar a la policía si sucede algo o si alguien te molesta, no hables con ningún extraño que te de mala espina, y, sobre todo, sobre todo, ante cualquier mínima circunstancia que te haga sospechar de alguien, por muy tonta que te parezca tu aprensión, llama a la policía inmediatamente, no lo dudes... si algo parece ir mal, irá mal”. Esos son los mensajes que te transmiten constantemente. La policía es curiosa... si haces una llamada y no respondes, a los cinco minutos tienes un coche patrulla en tu casa para ver si todo está bien. Eso es eficiencia. Y no como en España, que te piden el D.N.I. mientras te degüellan (me acuerdo de la escena de “El día de la bestia” y me mondo, con esa Terele Pávez tremenda llamando a la policía por teléfono) Claro, que no es lo mismo Madrid que esto, obviamente. Aquello es como diez mil veces más grande. Por la noche, a lo lejos oigo todas las noches varias veces el ulular de las sirenas que pasan cerca de mi barrio en medio del silencio. Eso junto con el tétrico y nostálgico silbido del tren, que debe haber unas vías por aquí cerca y que todas las noches me hace pensar en viajes, en sitios llenos de vida, sitios lejanos a éste... y, por asociación de ideas, en Madrid.




Vista siempre, siempre, eternamente solitaria de Orchard Downs, desde mi habitación (las dos de arriba), y desde el comedor (abajo)

O sea, y volviendo al tema, hay delincuencia por aquí por más que los más acomodados digan que es una ciudad segura. Sí lo es, sobre todo si vives en tu casa blindada y no pisas la calle ni para sacar el coche de tu garaje... En el campus hay un servicio de alertas al que puedes suscribirte on-line (yo no lo he hecho, que conste, o sea, no estoy tan paranoica como parece), y que te avisan con un SMS a tu móvil de forma inmediata, o eso se supone, de cualquier situación de emergencia como, por ejemplo, “hay un tío loco pegando tiros por el campus” (como hace poco más de un mes en la Universidad del Norte de Illinois, que por cierto el tío, que se suicidó, vivía en esta ciudad y había sido alumno de mi Universidad... Y el año pasado en la Universidad de Virginia, donde un surcoreano mató a más de treinta personas a tiros...), o “se acerca un tornado, ve al sótano”, o “se acaba de denunciar una violación en el campus con un tío de estas características...” etc., etc., etc. Ciertamente, viven muy preocupados por la seguridad aquí. A todos los niveles. Se han dado dos casos de no sé qué tipo de meningitis contagiosa en el campus el mes pasado, y a los pocos días había cartelones por todas partes avisando de esto y aconsejándote que no bebieras ni comieras ni fumaras de ningún vaso, plato, cuchara o cigarrillo que hubiera baboseado antes otra persona. Y que si tenías tales y tales síntomas fueras inmediatamente al servicio médico... Bueno, este tipo de detalles se agradecen, ciertamente. Esto me recuerda a que en el aeropuerto de Chicago, a mi llegada, había cada cinco minutos mensajes por megafonía, en inglés y en español, advirtiendo que “se comunicase cualquier movimiento o persona sospechosa, y que no se tocase ningún bulto abandonado en ninún rincón del aeropuerto... que el nivel de alerta era amarillo...” Lo de los aeropuertos es ya de locura. Creo que los americanos, tan sistemáticos ellos, quieren rodearse a toda costa de la sensación de seguridad, y la mayor parte del tiempo lo logran, o se creen que es así. No soportan la vulnerabilidad o sentir que no tienen el control absoluto de las circunstancias o las situaciones. Yo soy un poco americana en ese sentido.


En fin, ese es el percal. Ese y que cuando llegué aquí había una violación al mes, o un intento de, en el campus (en el campus, o sea, en la zona más transitada...) Sexual assaults. Y los asaltantes, o alguno de ellos, todavía no han sido atrapados. A todo eso únele que, como digo, vivo rodeada de personas pero que no se manifiestan y por lo tanto parecen no existir porque miro por la ventana y no hay un alma nunca... Y, sobre todo, que mi casa es un bajo que puede ser muy fácilmente asaltado. Sólo hace falta que alguien se lo plantee. Veo en el periódico la reseña de asaltos a casas en Urbana-Champaign TODOS los días ¿Por qué los ladrones no vienen a Orchard Downs a robar, si lo estamos pidiendo a gritos? No lo sé. Yo si fuera ladrón, violador o asesino en serie, vendría aquí, a estos apartamentos. Claro que en las casa de los ricos hay muchas más cosas para robar que aquí (en mi casa, pobrecitos, cómo no me robasen el secador de pelo y las pantuflas... bueno, y ahora el portátil, eso sí es verdad. Que por cierto, el robo de portátiles es una de las aficiones preferidas por aquí. Eso y las consolas de videojuegos...) y, si lo que quieres es apuñalar a alguien sólo por el mero placer de apuñalarlo, la verdad, siempre sabe mejor descuartizar a un rico. Como contrapartida, los ricos suelen rodearse de mejores medidas de seguridad, son más difícilmente accesibles.






Hela aquí: la ducha de Psicosis

Bueno, afortunadamente ya he superado el síndrome Neville, aunque las primeras noches estaba atenta a todos los ruidos de mi apartamento, al más mínimo de ellos, que, por cierto, tiene muchísimos porque cruje por todas partes, y me sobresaltaba cada dos por tres. Cuando se pone en marcha la calefacción el apartamento entero tiembla. Al principio siempre había unos segundos de tensión iniciales, tremendos para mí, cuando empezaba a calentarse la caldera, en los que dudaba si era la caldera o si alguien estaba intentando echar la puerta abajo. Contenía un momento la respiración hasta que me daba cuenta de lo que era. No es broma, no sabéis los sustos que me he dado yo aquí en este pisito... Cuántos ruidos de origen indeterminado me han hecho mirar afuera, en la noche, para ver si alguien estaba merodeando por ahí, o mirar por la mirilla de la puerta para cerciorarme de que no había nadie en la escalera... Cuánto he echado de menos mi cuarto piso de Madrid con su puerta acorazada... La puerta de aquí es de risa, vamos. Me imagino al lobo del cuento de los tres cerditos diciendo “y soplaré y soplaré y la casa derribaré...” Para más inri, mis vecinos de arriba caminan con botas de acero de 25 kilos cada una. También al principio, cuando escuchaba sus tremendos ruidos, nunca sabía si eran las botas de acero de 50 kilos caminando arriba, o si un intruso había entrado ya directamente en mi apartamento y estaba caminando por mi propio living mientras derribaba con furia asesina los muebles a su paso. Son sonidos muy similares, tendríais que oírlo. Mis vecinos, con sus botas de acero de 50 kilos... o lo que quiera que se pongan para caminar por su casa, qué no sé qué demonios puede ser... qué simpáticos son. Se las ponen incluso para ir al baño en medio de la noche. Algunas noches les he oído con perfecta nitidez incluso atender con entusiasmo a sus deberes conyugales (son un matrimonio joven, creo). Muy divertido. No nos hemos visto nunca, pero somos íntimos ya. Como contrapartida, creo que les estoy introduciendo a pasos agigantados en la música y el folklore españoles... no sé si conocían a Rocío Jurado antes de que yo aterrizara aquí, pero casi os puedo garantizar que ahora sí la conocen. Les pongo coplas, también, “La bien pagá” es una de las que menos se quejan dando golpes en el suelo, o sea, creo que ésa les debe gustar. Se la pongo con frecuencia a todo volumen, para demostrarles mi sincero aprecio por su alegría en el andar y su desenfadada forma de cambiar los muebles de sitio todos los días, y como justa retribución al intercambio cultural tan particular que estamos teniendo ellos y yo. Al fin y al cabo, han contribuido enormemente a superar mis infundados temores y mi atención neurótica a los ruidos.


Total, que cuando me acostaba por las noches, mirando con aprensión por el resquicio de la ventana a ese solitario parque donde siempre parece que está a punto de cometerse un asesinato, sintiéndome tan vulnerable, en esos momentos en los que no hubiera salido afuera ni por todo el oro del mundo, (igual que Neville), sólo esperaba dormirme lo antes posible y rezaba para que llegara la mañana. Cuando amanecía y me despertaba viendo las primeras luces, daba gracias a Dios y a todos los santos por haber sobrevivido una noche más, con tanto vampiro-psicópata pululando toda la noche en torno a mi apartamento (nunca los vi, pero “sabía” que estaban ahí fuera), pudiendo entrar tan fácil en mi casa, y sin que, una noche más, hubieran logrado o pretendido hacerlo... Ahora ya no es así. Ahora ya se puede venir la casa abajo, que ni me inmuto. Alguna noche he oído voces fuera a muy altas horas, como de borrachos que llegan a las tantas... ni miré a ver quién era ni si traían hachas y sierras eléctricas en las manos para asesinarnos a todos los vecinos.


Me reconfortó enormemente saber que la coreana aquella a la que conocí el día de la ópera de Mozart, tenía exactamente las mismas inquietudes que yo (ella también vive en Orchard Downs, y en un bajo además), y nos reíamos las dos contándonos cómo estos americanos están locos, y el miedo que pasábamos mirando por la ventana por las noches, en medio de esta zona tan solitaria y oscura, sintiéndonos tan vulnerables...


Por todas partes hay advertencias de seguridad. Algunas, obvias. Esta es la ventana de mi dormitorio. En todas las ventanas reza el mismo consejo "for your safety".



Mr. Pita, éste es el cuchillo que me pediste que fotografiara y te lo enseñara cuando me lo comprase. Un cuchillo de cocina impresionante. De momento no he dormido con él debajo de la almohada, pero quizás todo se andará... Eso, por si se acerca Bosco por aquí una noche de estas... Mar, sé que jamás nunca verás estas páginas, pero, ¿te suena el estuche?

Lo peor, el peor momento de todo el día, durante esas semanas iniciales, era el camino de regreso de la parada de autobús donde me bajaba, hasta llegar a mi casa. Cinco minutos con la adrenalina por las nubes. Porque, claro, por más prisa que me diera por llegar a casa, nunca conseguía hacerlo siendo todavía de día (anochecía muy pronto). Así que cuando me bajaba del bus, a los tres sengundos me encontraba caminando completamente sola. Siempre se bajaban tres ó cuatro personas conmigo, pero parecían volatilizarse, porque a los tres segundos habían desaparecido. Será que el frío nos hacía a todos apretar el paso. No lo sé, pero esos momentos los vivía acojonada, atravesando ese parque completamente solitario en medio de la noche y espiando (me ponías las gafas y todo, porque si no, no veía un pijo, y menos siendo de noche) frenéticamente por si veía sombras o movimientos extraños a mi alrededor o en la lejanía. Y eso, el día que se volatilizaban mis acompañantes. Ha sido peor cuando he coincidido en mi camino con alguien (un negro muy feo, horriblemente feo, para más señas. Te lo encuentras en un callejón oscuro, y salís corriendo todos y cada uno de vosotros, os lo aseguro. Y no es porque sea negro, pobrecito mío, pero os juro que cuando le vi en el autobús pensé “no me lo puedo creer. Mis peores pesadillas hechas persona. Tengo pánico de ese hombre. Por favor, Dios mío, que no se baje en mi parada” Tendríais que haberle visto, no exagero ni un pelo. Por supuesto, por simple y elemental regla de Murphy, se bajó en mi parada. Mira que era difícil que se diera esa coincidencia. Y no sólo eso. Vive al lado de mi casa. O sea, hicimos el camino juntos, como el que dice. Un camino muy animado. Pobre hombre, creo que se dio cuenta del pánico en mi cara. Eché a correr, con la excusa de que llovía a cántaros ese día, al ver que una china empezaba a correr delante de mí, no me corté un pelo y corrí como alma que lleva el diablo, huyendo aparentemente de la lluvia, pero huía de ÉL (un temporal horroroso, no se me olvidará), y creo que él no echó a correr también por no asustarme. No sabéis lo muchísimo que se lo agradecí. El pobre. Se tenía que estar calando. Al día siguiente volvimos a coincidir... y esa vez no llovía, así que no eché a correr... visto que el día anterior no me había hecho nada, el pobre. Pero cuando vi que me seguía hasta la mismísima puerta de mi casa, pensé “esto es ya mucha casualidad, no puede ser... aquí muero. Aquí terminan mis días”. Y, curiosamente, no sentí miedo. Sólo dije “que sea lo que tenga que ser. Si se mete en el portal tras de mí y quiere acuchillarme, pues qué le vamos a hacer. Estoy harta de pasar miedo. Adiós, mundo cruel”. Pero no, resulta que vive en el portal de al lado y, de momento, me ha perdonado la vida. Hubo una semana que coincidí con él todos los días en el bus, y era pura casualidad, porque se montaba tres o cuatro paradas después de que me montase yo. Pero daba igual la hora a la que yo subiera, las 5, las 6, las 7 o las 8... siempre coincidía con él, y, aún creyéndole inofensivo como le creo, cada vez que le veía me recorría un escalofrío por la espalda y pensaba “pobrecito, una cara así te marca la existencia, seguro”. Me extraña que no le hayan contratado para una película de miedo, os juro que yo lo haría. Bueno, a partir de estas cosas creo me tranquilicé enormemente y ya no tengo más miedo.


No se puede vivir con miedo.





Mi espartano y cutre apartamento. Mi mesa de trabajo/estudio, en la habitación (fotos tomadas hace muuuchos tiempo, mucho antes de comprarme el portátil). La habitación con su horrible colcha y todo lo demás horrible. El pasillo, con el baño a la izquierda y la habitación a la derecha, y, abajo, el comedor que hace las veces de sala de estar, entrada y cocina, con la luz fantasmal de la tarde entrando por las ventanas

Cierto es que se nota mucho la diferencia de gente que pulula por el campus, por ejemplo, a partir de una determinada hora. Por el día todo son estudiantes sonrientes y ajetreados, luminosos en su juventud, pulcros, correctos... OK. Pero cuando se hace de noche empiezan a salir de no sé dónde criaturas pintorescas de todo tipo. No es que sean nada que no haya visto ya en mis 32 años de vida, por supuesto, pero no son estudiantes, de eso estoy segura, y al principio incluso pensaba que no encajaban demasiado en una ciudad de provincias como ésta, tan aparentemente pequeña y apacible (aunque mi imagen de la ciudad poco a poco va cambiando). Gente con malas pintas, o ligeramente bebidos, un tanto inquietantes, o que te miran de forma rara, con mirada huidiza o persistente. Personas que parecen estar buscando algo... Aunque de momento, la persona más extraña que se me ha acercado para hablar conmigo fue un hombre de mediana edad, que parecía ligeramente achispado, que me preguntó en la parada del autobús frente al curro que si tenía un cigarrillo (estábamos ambos rodeados de gente y no tuve sensación de peligro en ningún momento, claro) Le di uno de mil amores porque además me daba buen rollo, no sé por qué, y, para mi tremenda sorpresa y regocijo, porque todo lo surrealista me encanta, se sacó inmediatamente del bolsillo y me ofreció sonriente dos huevos duros (os lo juro) a cambio de mi cigarro. Me eché a reír y le dije que no era necesario. Tal vez la próxima vez, si tengo hambre.


Pues eso, lo dicho, que superado mi miedo y acostumbrada a todo esto con tanta rapidez durante las dos primeras semanas, y empezando a creer que es probable que sobreviva a los asesinos en serie y a los tornados y a todo lo demás, creo que no exagero si digo que me he convertido en auténtica leyenda... ;-) 


miércoles, 12 de marzo de 2008

Para mis sobrinos

Según me he enterado, dos de mis mas fieles seguidores en este blog mío tan extenso, torpe y difícil de seguir, por la extensión de sus entradas y lo penosamente que escribo a veces, que me pierdo en divagaciones y en frases recursivas, largas y mal construidas, como ésta, son precisamente mis dos niños, mis dos sobrinos Víctor y Nuria, de 15 y 10 años respectivamente. Lo cual tiene musho mérito. Y a ellos va dedicada esta entrada porque me acuerdo cada día de ellos y les quiero muchísimo. Y les echo de menos como a poca gente, y cuando vuelva, no sé, miedo me da, porque a lo mejor ni les reconozco, de lo que crecen y cambian y maduran cada día. Quería que esta entrada fuera un poco una sorpresa, por eso no les he pedido que me envíen fotos, y aquí no tengo ninguna para enseñaros, pero me gustaría que les vieseis (quienes no les conocéis), a mis dos tesoros, lo guapos que son.

Víctor es un tío con mucha personalidad. Todavía me acuerdo perfectamente, y aún le veo en la cuna del hospital donde nació, tengo su imagen grabada en la cabeza, la imagen de la primera vez que le vi... ese 9 de Septiembre en el que conocí a Victítor... y me parece increíble que de aquella cosa diminuta y de cabeza de pepino, haya salido el hombretón atlético, atractivo y de espalda fuerte que apunta a ser hoy con sus 15 añazos. He asistido maravillada al proceso de su crecimiento, y de todas las cosas que han crecido y cambiado en él, lo que más me ha emocionado siempre es ver como poco a poco la bola babosilla de mente informe que era cuando bebé (como todos los bebés), se ha ido transformando en “persona”, es decir, como ha ido desarrollando una auténtica personalidad definida y notoria, que ha ido despuntando en él además desde muy pequeñito: con mucho, mucho sentido del humor, de ese que me hace reír a mí a carcajadas, además, como su padre y su tío y su abuelo, con cierta madura lucidez para apreciar las cosas y con un sentido práctico de la vida admirable para ser tan niño. Amable y bueno con la gente en general (que quién lo iba a decir con lo que era de chiquitín a veces...), guasón, simpático y caradura a más no poder, opinador nato (o sea, español) y también, hay que decirlo, vaguete para algunas cosas hasta decir basta, pero un sol para estar orgullosa de él en casi todo lo demás. Con mucho encanto, yo diría incluso carisma, y apuntando maneras ya, también desde muy joven, demasiado, a convertirse en un ligón con las chicas. Es insolente y descarado (nunca ofensivamente, siempre con sentido del humor), pero a sus abuelos, por ejemplo, les adora y tiene un gran sentido de la responsabilidad para con ellos, lo cual dice mucho de un chaval de 15 años en los tiempos que corren. Siempre nos hemos querido mucho los dos (yo le adoro, claro, admito que Víctor es una de mis debilidades en esta vida) Dado lo mucho que me gusta en general su forma de ser, creo que seremos siempre buenos amigos, como hasta ahora.

Es del Atleti (esto no es sorprendente ni obra de su original personalidad o de algún extraño elemento masoquista en él, si no de años de trabajo constante de su padre, que lo lleva al estadio a ver jugar a este equipo desde antes de que supiera hablar) y juega al fútbol como defensa o lateral (qué era, Víctor?), y no lo hace mal, por cierto, que los ojeadores del Móstoles se lo querían llevar a las categorías infantiles, pero sus malos resultados académicos hicieron que sus padres decidieran no hacerle perder más tiempo del que ya pierde semanalmente con el fútbol. No le gusta estudiar (ciertamente no le gusta ni un poco, no) pero es un gran chaval de buen corazón, hasta sentimental a veces, que me hace reír muchísimo con su sentido del humor descarado y caradura, y creo que será un buen relaciones públicas o un buen comerciante o, mejor dicho, un buen “vendedor de motos” en su día, si dios le conserva la labia, el instinto práctico para las cosas y el don de gentes. Se llama Víctor Barrio como su padre y su abuelo, son la saga de los Víctores, que significa victorioso, como es obvio, y espero que ese nombre le de muy buena estrella en la vida. Dice que el día que tenga un hijo, también le pondrá de nombre Víctor. Le encanta el dinero, pero, sorprendentemente para la edad que tiene, lo que le gusta del dinero es ahorrarlo. En eso innegablemente sale a su abuela Gabi.

Nuria... eso sí que es una fuerza de la naturaleza, y no Bardem... Si hablamos de personalidad, queréis personalidad? Pues tendríais que conocer a mi sobrina. Yo siempre he dicho una cosa: Nuria nació vieja. Y ha ido rejuveneciendo con los años. Jamás la vi, ni de recién nacida siquiera, el gesto típico del bebé, con la boca abierta y babeante, moviendo la carita espasmódicamente... no, siempre estaba perfectamente seria, desde que nació, con la boca cerrada, observando todo con perfecta compostura. Increíble, pero es así. Me llamaba poderosamente la atención, esto. O riéndose a carcajadas. Ahora conserva algo de esa cierta digna compostura y ese gesto reconcentrado, pero es mucho más extrovertida y mucho más explosiva (bueno, esto último siempre lo ha sido un poco...) Jamás he visto a ninguna persona en el mundo entero enfadarse como lo hace ella, tan bien, tan perfectamente bien. Porque un enfado es un enfado, y si te enfadas, tienes que enfadarte de veras... nada de medias tintas. Nuria no conoce las medias tintas. Nuria es el mismísimo paradigma del enfado, o más que paradigma, casi una caricatura. Cuando Nuria se enfada, se enfada. No cabe duda. Frunce el ceño, cruza los brazos, apunta con los morretes al infinito y resopla indignada. Es la viva imagen de la indignación y la frustración. Chilla, también. Nuria sabe chillar muy bien!!!! Ahora, eso sí, cuando se ríe... pocas veces he visto a nadie, ni niño ni mayor, reírse con tantas ganas, de forma tan espontanea, tan llena de vida, tan constante y tan perfecta. Nuria sabe enfadarse y sabe reírse. Ambas cosas con grandísima intensidad, vamos, con todas sus fuerzas. Y ambas cosas las hace como nadie que yo conozca. Las hace alternativamente o a la vez, y hasta esto último le queda estupendamente bien. Cuando se enfada, está claro que está enfadada y, si puedes, refúgiate de ella porque hay miradas que matan, pero cuando no está enfadada suele ser la alegría de vivir misma, esto es lo que me encanta y me maravilla de ella. Por lo demás, siempre ha sido una niña ingeniosa a más no poder, que te sorprende con sus ocurrencias tan inteligentes y espontaneas, o con sus salidas de vieja (en esto Víctor siempre también ha tenido salidas y actitudes de viejo que nos han sorprendido a todos)

Nuri tiene una carita redonda y guapa, encantadora, un pelo sedoso y suave, castaño pajizo, del mismo color extraño que los ojos. Es inteligente, chispeante, alegre, enfadona, inquieta y voluntariosa, y con ella me lo he pasado genial muchas veces. Este verano pasado, su tío Jose, o sea, mi otro hermano, ella y yo, hemos pasado unos días realmente pero muy, muy divertidos en el pueblo, como hace mucho que no recordaba otros igual. Las excursiones por el campo, los paseos, el río, el coger el coche e irnos a Atienza, a aquí, a allá, dormir conmigo tantas noches, o lo que hablábamos a veces antes de dormirnos (confidencias femeninas inconfesables aquí), lavarle el pelo el día de la fiesta ... Que días de risas (a veces Jose y yo creíamos que le iba a pasar algo, a la enana, de tanto reírse) y de conversaciones que te descubren el universo complejo y maravilloso de una niña de 10 años. Días de alegría y de sol y de tranquilidad. Creo que hay pocos periodos breves de mi vida que yo recuerde ahora mismo con el mismo cariño y la misma nostalgia con los que recuerdo a las semanas que pasé en el pueblo con mi familia el Agosto pasado. Y uno de los elementos clave en lo bien que lo pasé, y en la luz intensa que ilumina el recuerdo de todos aquellos instantes, es mi sobri Nuria, que se portó muy, muy, muy bien (poco a poco va madurando y cada vez es más buena y se porta mejor) y me llenó de alegría y de vida.

También a ella, a mi sobri, me encanta descubrirle poco a poco esa personalidad arrolladora que tiene, explosiva, alegre e ingeniosa. Y ese poso de vieja con el que nació, que lo único que apuntaba era inteligencia en estado puro. Es muy tímida con los extraños, pero solo hasta que coge confianza, claro. Es un poquito enamoradiza para los chicos, y eso está muy bien, porque así tiene y tendrá más donde elegir, no hay que ser una tiquismiquis y una rara como alguna que yo me sé. Es despierta y lista como un conejillo. Lo del estudio se le da bastante mejor que a su hermano, aunque no necesita hacer grandes esfuerzos para sacar buenas notas y hacer bien los deberes. Quiere ser veterinaria porque le encantan los animales, y de momento y por fortuna para ella, que es natural y fresca como el viento, no parece mostrar mucha inclinación hacia las aficiones típicamente femeninas que ya son motivo de preocupación desde hace tiempo entre las cursis de sus amigas, como los trapitos, arreglarse el pelo, impostar las maneras, etc. Eso, dice, es cosa de "pijas". Ella siempre ha querido llevar zapatillas y pantalones como los que lleva su hermano, y no está dispuesta a renunciar a eso, según me ha confesado y según ha demostrado alguna vez, ni siquiera para gustar a un chico que le guste mucho a ella, porque "a un chico hay que gustarle una tal y como es" (ante tanta muestra de personalidad, sabiduría e ideas claras, yo, a mis 32 años, solo puedo quitarme el sombrero) y pocas veces hasta ahora ha dejado que yo la peine o haga otro tipo de cosas convencionales con ella (que, confieso, me encanta hacer), y hasta a veces me imita y me gasta bromas con eso, la ingrata (para reírnos las dos juntas), aunque creo que en el fondo comienza a verme en ese sentido, y a verse a sí misma, de otra manera, lo cual no se si es bueno, o no tanto, pero en fin; hasta me ha sorprendido alguna vez en los últimos tiempos pidiéndome que la maquille, por ejemplo, o que le ponga cremas y potingues varios... Quizás algo está cambiando, y más que tendrá que cambiar, quizás por desgracia, pero nunca ha sido una niña convencional en muchos aspectos, ni falta alguna que le hace, espero que conserve ese sello de su personalidad por mucho tiempo. Me quiere mucho y yo la adoro a ella. Una cosa te queda clarísima cuando está cerca... innegablemente Nuria está VIVA.

Estoy orgullosa de los dos por separado... aunque juntos formen una mezcla tan explosiva. No pueden vivir el uno sin el otro (literalmente) pero no hay día que estén juntos que no la líen parda, que es lo que me duele un poquito y la única rabia que me da cuando pienso en ellos. Pero yo estoy deseando volver para llevarles al cine otra vez, y al parque de atracciones con su tío Jose, que se lo tenemos prometido, y al sitio que ellos quieran que les lleve. Id pensándolo, chicos, Víctor y Nuri, porque cuando vuelva os llevo al sitio al que más queráis ir, a parte del cine y el parque de atracciones, os llevo el día o los días que sean al sitio que sea, cuando queráis y como queráis. Ya lo sabéis, aquí queda escrito, y públicamente además :) (pero eso sí, solo, SOLO si no discutís mucho el uno con el otro en estos menos de cinco meses que quedan... tenedlo en cuenta, porque me voy a informar muuuy bien) Os quiero mucho, mis pequeñajos.