El sol de Illinois

El sol de Illinois

domingo, 17 de febrero de 2008

Primer impacto: el clima

El día que llegué a Chicago fue el peor día de mi vida, climatológicamente hablando. En la terminal del aeropuerto esperando al autobús que me traería hacia aquí, de pronto algo sucedió: empezó a oscurecer, a nevar, con ventisca incluida, la temperatura pareció descender una barbaridad con respecto a los veinte bajo cero que, según el piloto, había cuando llegué. Empecé a moverme para entrar en calor, el autobús no llegaba. Dolían las extremidades, hasta el punto de que el dolor en las manos se convirtió en preocupante. Me las metía en la boca, las metía en los bolsillos abriéndolas y cerrándolas para activar la circulación, daba palmas, no sabía que hacer. Nunca me habían dolido antes así por culpa del frío (ni por ninguna otra cosa). Y con guantes, por supuesto. Dolían tanto que empecé a preocuparme de verdad. No sería una tremenda estupidez, pensaba, que tuvieran que amputarme los dedos por congelación a las puertas del mismísimo aeropuerto? Lo pasé francamente mal. Mas de 45 minutos esperando. El impacto fue tal que pensé que iba a sufrir muchísimo aquí, muchísimo. Un animal malherido al que nadie remata piadosamente, así me sentía yo, y así pensaba que iba a ser durante parte del invierno. En esto llegó mi salvador, un ángel negro que conducía un autobús calentito como una matriz, que me hizo sentir la felicidad intensa del alivio físico extremo. Afortunadamente, nunca he vuelto a pasar por aquellas sensaciones de frío. Aunque la primera vez que rebasamos la barrera de los treinta grados bajo cero, a los tres días de mi llegada o así, cuando salí a la calle realmente dije "ostras!!!! pero esto qué es???" Pero nunca fue, nunca ha vuelto a ser como el primer día.

Ahora sé qué día exactamente hice las paces con el clima de Urbana. Salí a la hora de la comida a curiosear las novedades en una de las varias librerías al lado de mi trabajo que he tenido que dejar de frecuentar -porque debo racionalizar el dinero que me gasto en libros, libros que, además, he de llevar (cargada) de vuelta a España...- Mientras estaba dentro, había empezado a nevar. Pocos días antes de mi aterrizaje cayó una nevada que tuvo a la ciudad paralizada durante más de 24 horas, pero para cuando yo llegué la nieve había desaparecido. Llevaría yo aquí una semana este día al que me refiero de mi reconciliación con el frío, el día que empezaba a nevar otra vez, y en media hora la nieve cuajó con varios centímetros de espesor sobre el suelo. Nevaba y yo iba en esos momentos caminando por el campus lleno de vida (la única zona de la ciudad que está viva), y me sentí FELIZ como no se puede explicar. Feliz bajo la nieve y bajo el frío, que caían ambos a más no poder, a ratitos mansamente, a ratitos con dureza. Estaba en un sueño, pero muy contenta de estar en él. En esos precisos momentos me sentía parte del paisaje humano, casi urbano y hasta climatológico de la ciudad, y es ahí a donde voy.


Porque, al margen de sensaciones de cuento de Dickens, el clima invernal de Urbana-Champaign (de todo Illinois en general, y creo que hay estados peores en los USA) es, sencillamente, inhumano. Con ello no quiero decir que no sea "humanamente soportable", si no que desde luego el ser humano no está diseñado, fisiológica y psicológicamente diseñado, para vivir en estas condiciones. Aunque, bien pensado, somos una auténtica plaga que se aferra a la piel del planeta con tanto ingenio y tanta avidez que hemos sido capaces de adaptarnos a casi cualquier ambiente extremo y sobrevivir a todo en virtud de la inteligencia, hay que suponer (y, en casos, a la esquilmación). Ahí tenemos a los esquimales, que dicen ser humanos y ahí están, en sus hielos perpetuos. Y sin calefacción, ojo. O sea, lo suyo tiene mucho más mérito. Pero con iglús y con pieles de oso, cosa esta última que ya me gustaría a mi. Y a los saharauis, pueblo sorprendente y mágico, o me lo parece a mí, que han dominado tan sabiamente el desierto, que no se por qué pienso que debe ser si no incluso más, al menos, al menos tan temible como el otro desierto, el desierto azul.

Pero lo de aquí también tiene su poquito de tela marinera. Me he preguntado muchas veces desde que estoy aquí (el otro día lo hablaba precisamente con Jesús) y me sigo preguntando asombrada e incrédula alguno de esos días en los que el frío te golpea en la cara, a qué tipo de seres humanos se les ocurrió asentarse en esta zona, por supuesto sin los medios con los que se cuenta hoy en día. Fueran lo que fueran debía de tratarse de gente realmente muy dura.

En suma, el ser humano es admirable y se adapta y sobrevive por lo general a todo tipo de situación adversa, externa e interna. La prueba es la superpoblación del planeta. Y yo, la menos admirable de todos los seres humanos que lo sobre-pueblan, tampoco iba a ser menos a pesar de mis limitaciones, así que decidí en un momento dado, o lo decidió mi cuerpo por mí, no morirme por 30 grados bajo cero de nada. Inhumano el clima y todo, y con lo friolera que soy yo, aquí me tenéis, pensando en los esquimales para animarme, y sin un triste constipado que llevarme a la boca para recordarme a mí misma que soy débil y quejica. Pues, o no lo soy tanto, o mi cuerpo ha mutado. Porque desde luego los hechos demuestran que la adaptación es algo mas que un desarrollo de habilidades materiales o un desarrollo tecnológico. Creo que fisiológicamente, de forma literal, el organismo también se adapta, y de qué manera y con qué rapidez, al frío, entre otras varias cosas. Hasta unos ciertos extremos, claro. Los de aquí dicen "nunca te acostumbras a este frío", y algunos días puede ser que se llegue a esa conclusión, o que la sientan tus huesos por ti, pero yo creo que no soy la misma persona, en lo que a mi relación con la temperatura se refiere, que cuando llegué aquí. Cero grados centígrados es ahora pura primavera.

En menos de un mes he tenido el placer de ser testigo y protagonista pasivo de más accidentes climatológicos que durante el resto de mis 32 años juntos. Nevadas de más de medio metro de espesor, tormentas eléctricas salvajes (eléctricas, en pleno invierno), tormentas de viento que arrancan las ramas de los árboles (eso fue el día de los tornados en los estados del sur, día que murieron decenas de personas debido a los huracanes, y aquí se dejo notar también un poquito), lluvia-granizo-nieve todo junto a la vez, niebla densísima que se condensa y se disipa y se vuelve a condensar repentinamente, y alteración de la temperatura de hasta 20 grados en cuestión de una hora. Increíble, impresionante. No me asombro por nada ya.
Es divertido. A veces hay días que, aunque fríos, son muy luminosos y brilla el sol. Esos días son los más bonitos y, si no rebasamos los quince bajo cero, no importa el frío ni nada. Otros días en vez de nieve hay hielo resbaladizo, todo el suelo y todo el césped cubierto de agua congelada, pequeños cristales a millares que se superponen y crujen a tu paso, o una capa de agua ondulante, que parece en movimiento; a veces también hay agua congelada sobre los cristales de las marquesinas de los autobuses, sobre los cristales de las ventanas, con la forma de las gotas de agua al caer. Otros días, simplemente, duele respirar. Duele la cara y duelen las manos. Los moquillos se congelan, o empiezan a congelarse, pocos segundos después de entrar en contacto con el aire... Y luego ves a tías por ahí tan frescas, con sus zapatos de tacón y sus minifaldas (literal). Son de otra especie. Aunque, la verdad, yo creo que otro invierno aquí y algún día sacaría mis taconazos a pasear por los hielos de Urbana. Los primeros días llevaba veinte capas de ropa, salia a la calle casi con miedo. Ya no. Pensaba que iba a tener que comprarme un abrigo de esquimal o algo semejante, capas de ropa interior térmica y cosas así. Pero resulta que tampoco creáis que es tan fácil encontrar ese tipo de cosas. Aquí la gente va bastante normal. Así que al final la única concesión que he terminado haciendo al invierno de Urbana son unas botas de oso polar, que no dejan pasar ni las balas. En lo demás, nada o poco especial. Bufanda y guantes, eso sí, imprescindibles casi en todo momento. Mi abrigo, el que llevaba en Madrid cuando mas frío hacia, que pensaba que iba a ser insuficiente, el pobre, y esta resultando una joya.

No obstante la divertida variedad de azotes climatológicos y el habituarse y la mutación y todo... esto cansa. CANSA. Tanto frio, tanto viento, tanta lluvia, tanta nieve. A veces quiero YA que llegue el buen tiempo, aunque en primavera parece que hay muchas tormentas, o puede haberlas, y es la época favorita de los tornados, de los que avisan con sirenas situadas en los tejados de diversos edificios estratégicos, y respecto a los que recibes instrucciones precisas a tu llegada de cómo comportarse y cómo resguardarse en caso de que haya una emergencia. La primavera, térmicamente hablando, dura poco. Enseguida llega el verano con temperaturas asfixiantes. De hecho las casas cuentan, a parte de con calefacción, claro, con aire acondicionado. Yo miro el aparato del aire acondicionado de mi apartamento y me dan ganas de reír y de llorar, todo a la vez. Vamos, que la cosa promete.

Pero yo he guardado en mi cabeza la imagen idílica de una Urbana primaveral que me espera a mí, A MI, sin vendavales, tranquila, verde y apacible como creo que es debajo del frío y la nieve, donde poder pasear con sandalias por fin, e incluso con los pies descalzos por el césped que tanto abunda en mi vecindario. Quiero ponerme zapatos bonitos, llevar los pies semidesnudos, quitarme las medias YA, prescindir del abrigo y toda la parafernalia, guantes, bufanda y todo lo que se esta convirtiendo en mi segunda piel. Y sonreír al sol de Urbana, y al de Champaign también. No sé cómo será la primavera aquí, pero internamente pienso vivirla así, sin moverme un ápice de la postal fotográfica idílica que me he forjado en mi interior, porque estoy HARTA. Porque ahora comprendo a los habitantes de aquí, infelices, que se ponen las bermudas en cuanto deja de nevar, hartos como están que no pueden más con tanta inclemencia. Y porque si ahora estoy así, al menos por momentos feliz bajo la lluvia, la nieve, los temporales, las heladas, cómo no lo voy a estar cuando todo eso sea sólo un recuerdo?


Será casi como hacer un crucero soñado y largo tiempo esperado...

3 comentarios:

rut dijo...

qué bien!!!
ya hay fotillos!!!
:)
un beso, esquimala.

Bosco dijo...

Y sales en las fotillos!!!! (bueno, pie y mano, pero es un comienzo!!!)
La primavera está a la vuelta de la esquina pero el invierno no se quiere dar por enterado. Todos los años le pasa lo mismo y anda queriéndose quedar.

Unknown dijo...

Como ya te he comentado en más de una ocasión, tus testimonios, impresionantes por si solo, me recuerdan a los de mi padre la vez primera que piso en los states y nos decia por telefono que era como estar en "otro planeta".
Tu texto es delicioso porque aparte de lo grafico y directo que es, me recuerda a esos primeros exploradores del Polo, Amundsen y Scott, o a los primeros visitantes de Marte en "Cronicas Marcianas" de Bradbury.
Ojala esa primavera florezca tambien en estos textos que nos pones..(k)